Ernesto Arias dirige estas dos piezas en las que Cervantes nos habla de la libertad humana o de la imposibilidad de alcanzarla
Fue en la temporada 2014 /15 cuando el Teatro de La Abadía celebraba su XX aniversario con un emotivo reencuentro con los Entremeses (La cueva de Salamanca, El viejo celoso y El retablo de las maravillas), cuya versión primigenia se estrenó de la mano de José Luis Gómez en los albores de La Abadía, en 1996, convirtiéndose, entonces y después, en un gran éxito de público y crítica, que conectaba enseguida con el ingenio y la luminosa palabra de Miguel de Cervantes.
Tras un extenso programa de exploración dirigido por Ernesto Arias con un grupo de actores del Centro de Estudios, La Abadía presenta ahora Dos nuevos entremeses “nunca representados” —tomamos esta cualificación de la portada de la primera edición impresa de las piezas—: El rufián viudo llamado Trampagos y La guarda cuidadosa. En la búsqueda por vigorizar el valor colectivo y la pertenencia a una lengua universal, más apegados a la picardía actual y cotidiana que a un imaginario literario, esta nueva propuesta ha encontrado un carácter específicamente “cervantesco”.
Ernesto Arias capitanea un equipo de diez actores (Aida Villar, Carmen Bécares, Carmen Valverde, Ion Iraizoz, José Juan Sevilla, Juan Paños, Luna Paredes, Marcos Toro, Nicolás Sanz y Pablo Rodríguez) en el que también participan Brenda Escobedo en la dramaturgia, Eduardo Aguirre de Cárcer en la composición musical, Javier García en la coreografía, Vicente Fuentes como maestro de voz y José Troncoso al frente del taller de bufones. Estos Dos nuevos entremeses podrán verse en la Sala Juan de la Cruz del 23 de noviembre al 10 de diciembre.
Además de las funciones ofrecidas para el público general, el espectáculo podrá verse también en campaña escolar, donde unos 2000 alumnos de la Comunidad de Madrid podrán descubrir la comicidad y la fuerza del lenguaje entremesil.
Dos piezas de ambiente urbano
El solitario árbol que en los Entremeses moraba en una ambiente rural y soleado, y que era testigo de las tres piezas, se ha transformado en un pozo situado en medio de un entorno urbano y sombrío, donde presencia estas dos nuevas historias revestidas de ambientes humildes, míseros, donde aparecen personajes desvalidos que necesitan de “el sueño”, de “el ideal” para sobrevivir en su dura existencia, pero la realidad despiadada les golpea de forma implacable pareciendo querer matar el mundo de las esperanzas. Nos cuenta el director que “a través de esa relación ideal-realidad, Cervantes nos habla de la libertad humana, o mejor dicho de la imposibilidad de alcanzarla. Pero, he ahí su genialidad, todo presentado con ironía, con humor, con alegría y festivamente; sin ridiculizar a sus personajes para reírse de ellos, sino mostrando su incuestionable dignidad”. Los protagonistas no son sino víctimas de la imposición social, del dinero, de sus propias pasiones y miserias, de la caprichosa Fortuna y de sus supersticiones.
De trama sencilla, los dos nuevos entremeses se pueden clasificar como piezas “de ambiente”, en las que se evocan universos muy concretos. El rufián viudo llamado Trampagos nos muestra el mundo del hampa y de la prostitución, mientras que La guarda cuidadosa presenta un friso de actividad y oficios vinculados a entornos urbanos: soldado, sacristán, zapatero, buhonero, etc. En ambas piezas, uno de los personajes debe elegir pareja y en ambas el factor decisivo es el dinero. Pero más allá de la historia, su atractivo radica en el trazo de los personajes, la comicidad de la situación, las posibilidades de juego que ofrece a los actores y dotar de oralidad la belleza literaria de Cervantes.
El estilo bufonesco y la música
En sus primeros Entremeses La Abadía tomó como referencia la commedia dell’arte; en este caso y dada la naturaleza de La guarda cuidadosa y El rufián viudo se ha buscado un acercamiento a un registro interpretativo más bien bufonesco.
La estructura dramática que brotó del laboratorio de investigación se fundamenta en tres bloques –los dos entremeses y el monólogo de la “doncella determinante”– hilvanados por unas rondallas que sirven como hilo conductor. Estas rondallas no son originales de los entremeses sino una intervención dramatúrgica, aunque la letra de las canciones sí responde a textos originales de Cervantes: unos versos de la canción de Grisóstomo del capítulo XIV del Quijote; una canción de la comedia El rufián dichoso, y la estrofa de un soneto del capítulo XXIII del Quijote (“O le falta al Amor conocimiento…”). Además, a modo de epílogo, suena una canción cuya letra proviene de la novela ejemplar La ilustre fregona (“¿Quién de amor venturas halla?”).
La música de estas canciones, inspirada en patrones musicales de la época, es de nueva composición, de Eduardo Aguirre de Cárcer, que ya en los primigenios Entremeses participaba como músico y actor.
Preparado con el esmero y rigor de numerosos profesionales y especialistas, Dos nuevos entremeses “nunca representados” invitan al espectador a reconocer, en las acciones de modestos personajes, la grandeza de lo humano en Cervantes: la libertad de las mujeres, el valor individual y la fuerza colectiva.