Dog Face

Sobre la obra

Mi madre me contó que cuando tenía 16 años se fugó de su casa con un grupo de circo. Decía que era la pareja del lanzador de cuchillos. Luego se convirtió en la estrella del bulevar, antes de hacerse pastor. Mi padre era un actor clásico que fumaba y bebía demasiado. Andaba como un ladrón de gallinas. En el teatro trabajaba con un productor que era gerente de una cadena de lavanderías. Había conseguido un papel de reportero en una peli y daba la réplica en una escena con Charlie Chaplin, pero en el montaje final cortaron esta escena.
A causa de todo esto y de muchas otras cosas, me hice marionetista de calle e intenté escribir un libro sobre los hombres cañones y otros “performances” sorprendentes. Sigo estando interesado por los hombres más fuertes del mundo, los come-fuegos, los que enfundan sables y otras especialidades de curiosidad. Me siento atraído por los excéntricos, los locos, los borrachos, las prostitutas, los desarraigados, los vagabundos, los payasos. Me gusta el personaje de Anthony Quinn en La Strada.
Entonces pienso en una idea de teatro: primero un grupo de artistas en las carreteras, digamos gitanos, con un curioso y sorprendente espectáculo que presentan en las ciudades. Tres mujeres, tres hombres, algunos casados. Se quieren, se desgarran, están en carne viva, son sentimentales y respiran la vida sólo un poco más fuerte que el mortal común que somos. Entonces ocurre una tragedia. Se podría llamar The Changeling, escrita en 1622 por Thomas Middleton y William Rowley, una historia sangrienta de lujuria, asesinatos y adúlteros. Cada uno se adueña de los distintos papeles; uno hace del diabólico de Flores, tiene una cabeza, se parece a un perro; otro interpreta a Beatrice Joanna, enamorada del joven caballero, pero que acabará en la cama de Flores, apuñalada en medio del acto de amor; los demás encarnan al padre Vermandero, los siguientes a Diaphanta y Jasperino y a los hermanos Tomazzo y Alonzo Piracquo.
Uno empieza a dudar, en el espacio de un segundo, que estos actores estén realmente actuando. Obviamente, no están actuando. Es un sórdido cuento doméstico con un desenlace brutal. Y luego… no se sabe. Por supuesto, están haciendo “como si”, y por supuesto son reales. Pero están aquí. Estamos aquí. Estos artistas de segunda categoría son desgraciados, tienen sus trajes ajados y sus sombreros abollados, pero viven una vida real.

Dan Jemmett